Stephen Curry, vestido de civil, observa el deterioro de sus Golden State Warriors. Está Jimmy Butler, está Draymond Green, pero la fotografía es elocuente: no están ni cerca de competir con unos Minnesota Timberwolves que lucen más enérgicos, más combativos, más jóvenes.
La grandeza trae consigo una contraindicación en sus entrañas: todo lo que sube, por más alto que sea, tarde o temprano caerá. Pasó con las grandes civilizaciones. Los egipcios, los griegos y los romanos. De todos aprendimos cosas que usamos hoy en día, pero en algún momento, en alguna fecha inexacta que desconocemos, vieron morir un reinado que supo mostrarse infinito.
Podemos engañarlo, esquivarlo entre sombras, pero no se puede derrotar al tiempo. Es un perseguidor insistente. Tarde o temprano, alcanza hasta a los ilusionistas más escurridizos. Pasó con Michael Jordan. Pasa ahora con Curry.
La desolación del día después es tan insoportable como espeluznante.
Steph, el hombre que cambió el juego con sus tiros desde el logo, tiene 37 años. La postemporada en curso nos enseñó que la NBA de él, LeBron James, James Harden y Kevin Durant ya no existe. Es el turno de las nuevas generaciones. Y con esa radiografía elocuente ya podemos anticipar que lo que viene en San Francisco será el país de las últimas cosas. Tierra arrasada hasta volver a ser. Cuando algo tan maravilloso, diferente y emocionante sucede pero luego se derrumba, se necesitan años -incluso décadas- para reconstruirlo.
La salida de Curry se equipara a la salida de Michael Jordan de Chicago. Un mundo apocalíptico a la vista. Básquetbol clase C en una ciudad que supo tener una dinastía gloriosa. Prepárense, porque seremos todos viudas del Chef: a la búsqueda de reemplazantes, veremos pasar los años persiguiendo sentimientos extraviados. Bienvenidos, amigos, al equipo nostálgico de los cazadores de emociones perdidas.
Curry sus Warriors rompieron un récord histórico de los Bulls de Jordan nuh
Jordan dejó a los Bulls después del título de 1998, lo que hoy conocemos como The Last Dance. Sí, jugó en Washington Wizards, pero el vacío que dejó en la ciudad del viento fue imposible de llenar. Con él, en 14 años, siempre jugaron playoffs. Fueron 750 victorias y 398 derrotas. Seis títulos de campeonato y el mejor registro de triunfos en una temporada regular (72-10 en 1995-96).
¿Qué equipo rompió esa racha que parecía imposible? Los Warriors, en 2015-16, con Curry en sus filas. Fue 73-9, 20 años después de Jordan. Parece que fue ayer, pero el tiempo es tirano: ya pasó casi una década de ese inolvidable momento.
La llegada de Butler le dio una esperanza más a Golden State. Un último intento por pertenecer. La lesión de Curry, inesperada, derrumbó esas posibilidades.
La vida después de Jordan fue difícil de asumir. Conflictos internos con Jerry Krause a la cabeza, la salida del coach Phil Jackson, la llegada de Tim Floyd. Elton Brand, el accidente de Jay Williams. Scott Skiles. Vinny Del Negro. La esperanza hecha añicos de Derrick Rose. Infinitas imágenes que explican la desolación. 780 triunfos contra 959 derrotas en los años siguientes a MJ. Todo con la estatua de su Majestad de testigo a las puertas del United Center.
Steve Kerr, coach hoy de los Warriors, fue jugador en la era Jordan. Clave con el tiro decisivo en las Finales de 1997, sabe que esta historia, la suya como profesor, la de sus enseñanzas a quienes supieron ser poetas del juego, está llegando a su fin. Primero fue Klay Thompson y pronto serán Curry y Green.
San Francisco, cuando eso pase, será Chicago. O quizás San Antonio luego de la era Tony Parker, Manu Ginóbili y Tim Duncan. Porque no sabemos si Kerr se irá como lo hizo Phil Jackson de los Bulls o se quedará como su referente, Gregg Popovich, en los Spurs.
Lo que sí sabemos, lo que tenemos claro, es que después de tanto ruido, lo que reina es el silencio. Después de la tormenta eléctrica, en este caso apasionante, llegará la calma.
El eco de la gloria. El paso a la nostalgia. La inevitable reconstrucción.
El pasado, una vez más, sirve para enseñar el presente.
Stephen Curry, Michael Jordan y el inevitable paso tras la caída de un imperio.